Informático. Una palabra que recorre un abanico de posibilidades brutal. Y todas ellas lo más seguro es que sean totalmente válidas. No tengo estudios universitarios y sin embargo me considero informático ¿por qué? Porque considero que es aquel que presta un servicio, se dedica a ello y es capaz de solucionar problemas que surgen, siempre que haya entre medias, un dispositivo con un mínimo sistema operativo.
Pero aquí surge el problema. Vivimos en una sociedad en la que avanza más deprisa la tecnología que las personas; y digo problema porque cuando dices a que te dedicas, todo el mundo piensa que sabes de todo. Y creo que una de las mayores virtudes que tenemos los informáticos es que podemos y sabemos buscarnos las vueltas para localizar un problema, y aunque no podamos o sepamos cuál es la solución, si detectar de donde proviene.
Cierto es, que por propia curiosidad, por conocimiento o incluso (y es la mayor parte de las veces), queremos encontrar la solución por mérito propio. Porque en la informática habitualmente, cuando surge un fallo, tarde o temprano se acaba repitiendo. Y el día que tardaste 5 horas en encontrar la solución, la siguiente vez seguramente no llegue a 5 minutos. Pero así es la informática, un mundo que no es nuevo pero que hace 50 años nadie pensaría que hace falta un desarrollador para crear una aplicación que pueda bajar las persianas de tu casa.
Por supuesto, todo lleva informática en vena. Los coches se actualizan, las televisiones deciden que nos gustaría ver, los frigoríficos nos hacen la compra; y si entramos en inteligencia artificial, eso es otro cantar.
Y ahí amigos, esta el futuro. Llegará el día que a una máquina que ya se haya programado, el que tenga que repararla no sea un informático, sino un educador que la enseñe la ética y moralidad de las personas.
Es soñar por soñar, pero vivimos en un mundo basado en logaritmos tan sumamente complejos que son los que sugieren, piensan y deciden qué hacer ante situaciones adversas. Y depende de las personas, querer hacer dispositivos tan sumamente inteligentes, como para que un día una máquina se dé cuenta que el principal problema, y su solución, es el propio ser humano.
